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El Ser y La Salsa

Hoy en día todavía es común creer que la salsa es un género sin mensajes y cuya sobrevivencia se debe gracias a que se siguen celebrando bodas y quince años. Fuera de la esfera de conocedores, se asume que la salsa es mero entretenimiento despojado de sentimientos elaborados. Adentro, en su apogeo a finales de los 60’s, un joven Rubén Blades debió batallar para poder abordar temas e historias con un claro punto de vista social que resultaban incómodos para el circuito publicitario radial. Los argumentos profundos requerían un poco más de tiempo para poder ser desarrollados, tal y cómo nos recuerda cuando le pidieron cortar la famosa "Pedro Navaja", pues era demasiado larga y nunca iba a tener éxito: imagínense lo que hubiera hecho esta gente si, claro no es que me ponga en esa categoría, hubieran sido los editores de "Don Quijote". ¡hubiera salido un pasquín!, nos cuenta Blades en su disco en vivo de 1990 con Son del Solar. Sin embargo, todos conocemos lo que sucedió, "Pedro Navaja" quizá sea una de las canciones de salsa más reconocidas a nivel mundial y demostró que la gente estaba dispuesta a deleitarse no sólo con los ritmos, sino también con los relatos.

De lo que quizá se habla poco es que la salsa tiene un sustrato existencial que va más allá del movimiento irreflexivo del cuerpo y del relato social, el cual provoca un ensimismamiento que permite al bailador pasar de los pasos seductores a preguntarse por el dolor que lo acompaña en su trasegar por este mundo terrenal. 

La salsa, como discurso existencial, ha abordado el vacío, el sufrimiento y la insatisfacción, aludiendo a un relato que en sí mismo es político, antecediendo a la misma propuesta que posicionó a Blades, sólo que es de pocas palabras y se transmite sensorialmente gracias al piano, lo vientos y los tambores. Y es que antes de las historias de amor o desamor que comúnmente se cantan, la salsa se hizo con el dolor espiritual del desarraigo africano, el despojo indígena y el exilio europeo, llevando siempre la pregunta sobre para qué estamos aquí en el mundo. No es necesario que nos lo diga explícitamente, sólo basta con escuchar y poner mucha atención en los efectos melancólicos que provoca esta música, al mismo tiempo que nos invita a bailar.

Cuando tenía 11 años y entré a estudiar al bachillerato industrial, la rutina mañanera era bastante monótona: planchar la camisa del colegio, embolar los zapatos, guardar cuadernos y útiles escolares en el morral, desayunar. De lunes a viernes la misma inercia que empezaba a las 5:15 de la mañana porque la jornada empezaba a las 6:45. Tengo la imagen de mí mismo saliendo de casa, con los zapatos brillantes, la camisa dentro del jean y un maletín que sentía más grande que yo. De fondo, una canción que no sé por qué recuerdo que sonaba todos los días, o sólo pienso que así era porque describía cómo me sentía en ese automatismo de reo que no se fue nunca de mi vida escolar y que en distintas ocasiones lo he sentido en mi vida laboral. Sé que la letra no la entendía o no le ponía mucha atención, yo sólo me quedaba con la sensación apesadumbrada que tenía su cadencia lenta, los trombones y las trompetas fúnebres, la voz quejumbrosa.

un joven Rubén Blades debió batallar para poder abordar temas e historias con un claro punto de vista social que resultaban incómodos para el circuito publicitario radial

Antes de comprender la letra de "Las Tumbas" (Soy Feliz, 1975), antes de lograr un mínimo raciocinio sobre lo que dice, antes de enterarme que aludía a los casi cuatro años que Ismael Rivera pasó en prisión por una injusta condena por posesión de drogas, la canción me hacía sentir que vivía, entendí en décimo, en una novela de Kafka. De la casa al colegio, del colegio a la casa y esa sensación de incertidumbre que se preguntaba si la vida era eso: monotonía, monotonía, cruel dolor. La composición es de Bobby Capó, quien se compadeció de las dificultades que vivía Maelo en la cárcel, una letra que sin duda retrata el agobio del encierro y de la falta de libertad en un sentido literal, pero que pega duro por su profundidad metafórica cuando la existencia en sí misma es una cárcel que no parece tener sentido.

De las tumbas quiero irme
No sé cuando pasará
Las tumbas son pa' los muertos
Y de muerto no tengo na.
Cuándo yo saldré, de ésta prisión
Que me tortura, me tortura mi corazón
Si sigo aquí, enloqueceré.
Ya las tumbas son crucifixión
Monotonía, monotonía, cruel dolor
Si sigo aquí, enloqueceré.

Maelo alarga las “a” y las “o” evocando un presente continuo que no parece tener salida, que asfixia cómo tumba y despabila cuando sientes la muerte o la locura cerca. Cómo ya dije, no era sólo la letra la que lograba esa lúcida representación de ahogo y necesidad de escapada, también era la música y la interpretación de Maelo, quien le daba un toque de autenticidad que ningún otro cantante hubiera podido darle. En contraposición, una canción más directa en su mensaje es Tiempo pa’ matar (1983), del disco homónimo de Willie Colón. A diferencia de "Las Tumbas", Colón prácticamente está advirtiendo que, si no te preguntas sobre la razón de la existencia, te van a agarrar para carne de cañón y te van a mandar a la guerra, aunque al final la muerte, las mutilaciones y las amarguras sirvan para nada.

Por la tarde, no hay nada
Salgo a buscar mis panas
Nos paramos en la esquina
No hay nada por la avenida.
Vamos a dar una vuelta
Un serrucho para la botella
Nos sentamos en la escalera
Y cantamos canciones viejas

"Tiempo pa’ matar" es un ejercicio de nostalgia de Colón por su juventud en el Bronx, recordando cómo la marginalidad viene con un vacío existencial propio del destino manifiesto de la falta de oportunidades. Junto a la esquina, el barrio, la fiesta, los vecinos, la sana vagancia y los panas, Willie Colón retrata el desempleo, el crimen, la cárcel, el tedio y los efectos de la guerra. Su crítica al conflicto bélico en Vietnam siguen vigentes, y es maravilloso su retrato de la explotación de los jóvenes aburridos y desempleados, habitando un tiempo muerto que es cubierto con símbolos ajenos, la mayoría de las veces guerrerista con base en un espíritu artificioso que alude a esa patria que no te da opciones para darle tu propio sentido a la vida.

Por otro lado, suponiendo que en la familia, la esposa, los hijos y el trabajo encontramos una manera de darle significado a la experiencia de la vida, los Hermanos Lebron son de los que más se preguntan por qué la existencia en sí misma significa sufrimiento. Con ustedes, Diez Lágrimas (Criollo, 1982).

Al despertar
Todos los días,
Siento un dolor
En mi corazón,
Porque en la vida
Cuando hay una alegría
Por cada risa hay diez lagrimas
Cada cual
Vive su vida
Esperando sin saber por qué,
Porque en la vida cuando hay una alegría
Por cada risa, hay diez lagrimas
El hombre vive una vida
Que ni la esposa y los hijos pueden entender.
Buscando el pan de cada día
Hoy una risa
mañana lagrimas
Pero yo vivo
Mi carrera
Con una tristeza en mi corazón
Madre querida a ti te doy las gracias
Por darme a mí tanto valor
Y mi padre, que fue mi único amigo,
A mí me dijo, sigue palante hijo como yo.
Porque en la vida,
Cuando hay una alegría,
Por cada risa, hay diez lagrimas
Por eso yo
Seguiré buscando
La razón por qué tengo que llorar
Ala lalará
Por qué tengo que llorar.

Los Lebron imprimen melancolía con violines que acentúan la duda, y la voz de Pablo invoca con verdadero sentimiento el rezo escrito por su hermano Ángel. Los Lebron crecieron en Brooklyn, Nueva York, donde mamaron del crisol espiritual afrodescendiente, tanto caribeño como norteamericano, de allí que su sonido vaya y venga del soul al boogaloo, del rhythm and blues al guaguancó. Pero sin duda, atravesando la médula de sus canciones se encuentra la mirada al cielo que el góspel de las iglesias de su barrio les ofreció, traducido en los coros de" Pena y Dolor" (La Ley, 1980), donde se pregona cómo andamos este mundo con sufrimientos que sólo da Dios, sin que caigamos en una idea ortodoxa de la religión. El mensaje en sí es sobre la soledad de la existencia, donde lo mínimo que se pide es el respeto por esa lucha individual, como queda claro en "Agonía" (Picadillo a la criolla, 1971)

Cada uno tiene su dolor
Sus quejas y su tristeza
Cada uno tiene su novela.
Siiii me ven en agonía, no se asombren no se rían
Quiero estar solo pa’ pelear con mi dolor
yyyyyyy que elevaría la gracia, gane o pierda igualmente
Gane o pierda yo, así es mejor.
Yo te daría las gracias si me dejaras con mi agonía, agonía
Que déjame con mi agonía, esta agonía que tengo yo.

Otras canciones que hablan del recogimiento para afrontar la dolorosa lucha individual al tiempo que transmiten su mensaje musicalmente, entre otras que seguro se me escapan, son "El Incomprendido", del mismo álbum de 1988, de Ismael Rivera; o "Juan Pachanga "(Bohemio y poeta, 1979) y "Cuentas del Alma" (Escenas, 1985), de Rubén Blades, la cual inspiró la novela del mismo nombre del escritor colombiano Gustavo Bueno, en donde un hijo, en retrospectiva y afectado, comprende el sufrimiento que vivía su madre por los pendientes que dejan en el aire la vida.

"Tiempo pa’ matar" es un ejercicio de nostalgia de Colón por su juventud en el Bronx, recordando cómo la marginalidad viene con un vacío existencial propio del destino manifiesto de la falta de oportunidades

No son pocos los momentos en los que los salseros o las salseras agarran onda introspectiva porque una letra, el repique de un tambor o el fluir de unos violines lo ponen a mirar para adentro. Las luces, el humo, los murmullos, el sonar de las copas y el mobiliario de la salsoteca desaparecen en un pensamiento fulminante que te abstrae y te pone a cavilar sobre si todo lo que haces tiene algún significado relevante. Te pones en referencia ante el mundo, ante tus seres querido y ante los que no lo son tanto, reniegas de los condicionamientos sociales, resignificas a la felicidad, y tratas de ubicar tu lugar frente a las inmensidades. El salsero/a se queda sólo en la atmósfera de la pista de baile hasta que la milésima de segundo que dura ese fluir de conciencia es interrumpido por el que ofrece un trago, el o la que invita a bailar o porque la canción que puso a andar la máquina se acabó.

Cabe destacar en este mismo rubro, aquellas canciones que tratan sobre la soledad del artista. "Pena y Dolor" de los Lebron recalca que la vida del músico, más allá del lujo y la fantasía de la fama, esconde una honda tristeza: Es rara la vez que ven a un músico bailar, porque siempre está lleno de pena y dolor. Pero la más recordada y que unió el genio musical de Colón, la sensibilidad de Blades y la trágica figura de Lavoe, es "El Cantante" (Comedia, 1978)

Me paran, siempre en la calle 
Mucha gente que comenta
¡Oye Héctor! (huh) Tú estás hecho 
Siempre con hembras y en fiestas
Y nadie pregunta 
Si sufro o si lloro 
Si tengo una pena 
Que hiere muy hondo
Yo soy el cantante
 Por que lo mío es cantar 
Y el público paga 
Para poderme escuchar

La canción dura más de diez minutos, personalmente creo que es difícil de bailar y a veces siento que cae en maniqueísmo musicales, pero el cariño a “Jector” permite unir el mensaje con el personaje que la interpreta. La empatía que provoca esta canción en el salsero condensa la idea de que la soledad de la existencia es común a los seres humanos. El eco de un vacío, el sufrimiento que hay en el desear, la nada que hay en la rutina, expresadas en pocas palabras y elocuencia musical, que se puede bailar sin que se desconecten las ideas con los sentimientos, pues la salsa no necesita hacer explícita su preocupación por el sentido de la vida. Tiene unas letras que dicen mucho, sí, pero su lenguaje es trascendente, viene de tiempos inmemoriales y es democrática, porque el dolor que narra nos identifica y nos pertenece a todos.

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